sábado, 22 de noviembre de 2008

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Un judío polaco de Alejandro Mateo

Por Susana Miranda


Y algo de lo tanto que [aún] no se contó

Si existe un tema que ha sido tratado extensamente en distintos campos, es el Holocausto. Y, sin embargo, sigue y seguirá motorizando más creaciones, en tanto intentemos -al igual que Claudio Frydman- encontrar una hipótesis o poner orden al conocimiento sobre lo ocurrido.

La elaborada propuesta de Alejandro Mateo da cuenta de la inagotabilidad de un tema que nos pone frente a frente con la barbarie, y la actualiza: desde Lodz y los campos de concentración hasta Villa Crespo y La Paternal, desde los años treinta hasta nuestros días.

Un judío polaco se estructura en torno al testimonio, registrado en video, del sobreviviente Bereck Frydman que relata distintos episodios de su vida. La obra dialoga con esta grabación y ambas se reenvían mutuamente. Así, se diluye el débil límite entre la ficción y la realidad y va apareciendo un sólido entramado, donde creación y documento tejen el mismo paño. Y lo refuerzan.

Con el intenso trabajo de tan sólo tres actores, Alejandro Mateo logra re-presentarnos toda una galería de personajes. Uno de ellos es Claudio, hijo de Bereck, que recoge la herencia vivencial de su padre. La registra (el cuaderno, el grabador, la foto), custodia esta memoria y la pone en circulación, conformando un puente generacional que garantiza el no olvido, y nos induce al esperanzador ejercicio de la reflexión. En ese sentido, emociona el valor otorgado a las palabras que el hijo comparte con el padre; a veces en un juego de eco, y otras, en tiempos diferidos. Bereck, víctima y vocero del horror, interactúa con su hijo y lo alimenta con pan y con el relato de los hechos. Este personaje de ficción, se acopla con el Bereck real del video y a los dos, el actor les pone su cuerpo, que funciona como una caja de resonancia y nos instala el dolor aquí y ahora. ¿Cómo escuchamos nosotros los relatos de sufrimiento que hacen los sobrevivientes? ¿Cómo recibimos ese espanto, estetizado, a través de creaciones artísticas? Por más que intentamos aproximarnos de diversas formas, sabemos que lo que logramos son sólo aproximaciones. En ese intento, muchas veces la racionalidad del registro documental nos anestesia los sentimientos y otras, la identificación con los personajes de ficción nos dificulta el pensamiento crítico. Bueno, éste no es el caso: en esta obra la combinación de testimonio y puesta en escena nos proporciona una visión emotiva y lúcida acerca del tema.

Mientras que, tanto Claudio como Bereck remiten a sus referentes reales -con nombre y apellido- un tercer actor va encarnando distintos roles -empresario textil de Lodz, un rabí, un policía del ghetto, un médico, un comediante, un conductor de tv- según las necesidades de la acción dramática. Aunque creados, estos papeles remiten, también, a personas que han tenido o tienen una existencia real. Como contador de chistes, tiene tres intervenciones en las que va subiendo el nivel de agresividad. Mientras que el público se ríe con los primeros, siente desdibujarse la sonrisa con los segundos, y los últimos, definitivamente, le congelan la sangre. Es que no son novedosos, y se sabe que esos chistes circulan en nuestro contexto porteño. Como conductor de tv, en su programa “Hombres de la historia”, desnuda la hipocresía de quienes aparentan tratar un tema, sólo para retenerlo en superficie y no llegar a profundizarlo. A la manera de epígonos del aquel Holocausto histórico, estos roles nos enfrentan con otros pequeños holocaustos cotidianos que, atomizados, se siguen repitiendo hoy: “¿En qué se parecen una pizza y un judío? En que la pizza no grita cuando la meten al horno”. Reíte, si podés.

El espacio y el tiempo están tratados con gran plasticidad. Se ensanchan a lugares y episodios relatados, y se contraen al Buenos Aires de las últimas décadas. Y en ese itinerario se van articulando, a modo de estaciones, la infancia en familia en Pabianice, el trabajo esclavo en la fábrica textil de Lodz, la detención, la reclusión en los campos de Auschwitz, Mauthausen y Gusen II, la inmigración, los bares de Villa Crespo y el Parque Centenario. El área de la escena se va ampliando en profundidad, por la incorporación de otros sectores. Y no faltan escenas simultáneas que aumentan el espesor de tiempo y espacio..

Una de las herencias de Claudio es la lección de ajedrez que le dio su padre y él rescata. No sólo hay que conocer el valor de las piezas para la defensa y el ataque, sino poder armar, además, una estrategia. Y observar al adversario. De eso depende la supervivencia. En éste y en otros tableros también.

Dinámica y elaborada, Un judío polaco propone un encuentro donde la tensión dramática y el conocimiento se complementan y se enriquecen; y además, aportan algo de todo lo que -recordando a Bereck- falta por contar.




Susana Miranda





Ficha técnica

Con NICOLÁS MATEO, HÉCTOR SEGURA y WALTER ROSENZWIT
Asesoramiento historico literario : Claudio Frydman
Diseño lumínico : Cristina Lahet
Escenografía y vestuario: Alejandro Mateo
Fotografía: Paloma Aballone
Asistencia de dirección: Cinthia Chomski
Asistencia técnica: Pamela Vargas Milla
Prensa: Caro Alfonso
DRAMATURGIA Y DIRECCIÓN: ALEJANDRO MATEO
http://unjudiopolaco.blogspot.com


Sábados - 21.00 hs
ESPACIO TBK
Trelles 2033 - 1ro - 4586.2971 - Paternal
(Entre Camarones y San Blas)
Imprescindible hacer reservas por las características de la sala.
La función comienza a horario.
Reservas al 4586.2971 o a espaciotbk@gmail.com

viernes 21 de noviembre de 2008 | Publicado por Revista Siamesa en 11:13

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