“El pasado no debe ser siempre susurrado. Tenemos el deber de hacer ruido".
Jean Luc Lagarce.
“Nosotros, los sobrevivientes,
¿A quiénes debemos la sobrevida?
¿Quién se murió por mí en la ergástula,
Quién recibió la bala mía,
La para mí, en su corazón?
¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,
Sus huesos quedando en los míos,
Los ojos que le arrancaron, viendo
Por la mirada de mi cara,
Y la mano que no es su mano,
Que no es ya tampoco la mía,
Escribiendo palabras rotas
Donde él no está, en la sobrevida?
“El otro”
Roberto Fernández Retamar
A Claudio lo conocí una noche, en un tren. Ferrocarril Urquiza. Estaba ahí, en el mismo vagón en el que yo viajaba. Dos extraños en transito a metros de distancia.
Supe al verlo que iba al mismo lugar al que me dirigía. No sé porqué, pero así fue.
¿Año? No lo recuerdo ahora, tampoco sé si es importante.
Hace muchos ya.
Bajamos en la misma estación: Sargento Cabral. Primer punto de encuentro.
Él iba adelante. Caminábamos por esas calles suburbanas y oscuras a escasos pasos de distancia.
Llegamos efectivamente a la misma puerta. Íbamos a lo mismo tal vez. Se confirmaba esa sensación que tenía durante el viaje. Segundo punto de encuentro.
Desde entonces somos amigos. Ciertos silencios nos reúnen siempre y otras cosas nos hermanan en las palabras.
Un día, mucho tiempo después, me acercó un video con el testimonio de su padre Bereck. Tercer punto.
Yo conocía a ese hombre. Lo había cruzado algunas pocas veces cuando iba a visitar a Claudio en su departamento de la calle Camargo. A una cuadra del Parque Centenario. Villa Crespo.
Una sombra casi. Transitaba por ahí, mientras nosotros hablábamos, mejor dicho, mientras escuchaba a Claudio hablar sobre ajedrez, “Los viajes de Gulliver”, Yupanki o sobre las mujeres que como en los buenos tangos siempre le traían problemas (y se los siguen trayendo aún hoy día según me dice).
-Tomá, te hice una copia para que la tengas vos-.Así me dijo Claudio.
No para que la vea, sino para que la tenga. Para que me adueñara.
En ese gesto, en esa enunciación algo de él me era dado para guardarlo. Sentí que era para preservarlo de alguna manera.
¿Por qué lo hizo? ¿Por qué me entregaba esa voz, la de su padre?
No me animé a preguntárselo. En realidad creo que ni me lo pregunté. No necesitaba hacérmelo.
Vi y escuché esa historia, que ahora también me pertenecía un poco.
Berek, un hombre ya mayor la contaba mirando a cámara respondiendo preguntas poco felices de alguien que no se ve. Creo que un médico.
Supe desde entonces que en algún momento haría algo con ese testimonio real.
El de un judío polaco. El del padre de mi amigo judío.
Berek fue un sobreviviente de los ghettos de Pabianice, Lodz, y de los campos de Auschwitz, Mauthausen y Gusen II.
Un sobreviviente que tal vez tuvo que crecer preguntándose a quién, a cuántos les correspondió la muerte suya.
¿Sobre cuántos muertos tuvo Bereck que seguir viviendo?
El pasado estaba ahí, como herida, pero también como sustento y de algún modo, como destino signado.
Cuando los alemanes lo capturaron tenía sólo catorce años. Su adolescencia estuvo marcada por esa realidad a la que fue empujado. Ese lugar que la historia tenía para él y para tantos otros.
Quizá como decía Giusseppe Ungaretti al único lugar que podía volver sin culpa Bereck, era al de su infancia. A esos años también vividos, pero antes.
Finalmente ese material hoy es “unJUDÍOpolaco” *, la última pieza teatral en la que me embarqué, primero desde la dramaturgia y luego en el montaje de ese texto teatral.
En el inicio, siempre sucede, sólo tenía preguntas. ¿Cómo transcribir esa historia? ¿Y para decir qué? ¿Con qué otras palabras tomarla, con cuáles poder reflejar lo que me había conmovido de ella?
Oscar Masotta en “Conciencia y estructura” (1) se planteaba que la historia no estaba en los libros, sino en aquellos que la vivían y la protagonizaban a condición de soportarla.
Pero para él, si bien los libros eran sólo un reflejo fugaz y lejano de lo que a los hombres les tocaba vivir, éstos eran imprescindibles.
Tenía entre manos la urgencia de escribir eso, sabiendo que al hacerlo, sólo lograría un reflejo lejano, que quizá traicionaría al propio Bereck o a Claudio.
¿Cómo trabajar ese material tan real, tan contundente y ciertamente tan terrible? ¿Cómo hacerlo teatralmente y más allá de un registro documental en escena?
Masotta me abrió una puerta y su pensamiento me dio permiso para poder abordar el trabajo.
Había que contar la historia de Berek, permitiéndome mi mirada.
Hablando de y desde mí.
Teniendo sólo algunas certezas de lo que no quería hacer, comencé a escribir, a ponerle el cuerpo. Encarnar la historia.
“…Uno se encarniza. No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe” (2)
Claudio fue una gran ayuda en el proceso. Amigo desde siempre y ahora también, en esta empresa, asesor literario e histórico. Él me acercó otros datos y su propio relato como hijo. Otro testimonio.
Me enseñó fotos, me sugirió lecturas (entre las que pude descubrir a un autor excepcional como es el premio Nobel Bashevis Singer), propuso, corrigió, me entregó parlamentos enteros que sumé sin modificar ni una palabra, se rió de alguna de mis licencias literarias y hasta me presentó y prestó personajes de una novela que se propone (o se proponía) hacer también con el mismo material sumándole ficciones propias.
De allí, surgieron Mendel Kachmareck (Un ajedrecista que quizá estuvo en el ghetto de Lodz junto a su padre), y Chaskele (Un rabí exportado de un cuento de Bashevis Singer).
Mientras escribía no quise volver a ver el video, preferí trabajar con el recuerdo que guardaba de él y con el presente de esas voces nuevas que iba encontrando y capturando en el camino.
Me sumergí en los profundos trazos de la judería y de sus autores.
En la escritura fueron apareciendo imágenes, tiempos y espacios a reescribirse con una respiración y un pulso teatral donde las acciones se iban entramando formando un tiempo otro.
Perfiles de personajes que irían moviéndose en ese espacio que no sería el de la pantalla de la computadora. Cuerpos proyectando sombras en la escena.
Un lugar físico, donde transita pasado y presente. Uno que trae, sin correlato cronológico, la historia de un hombre y el de un espectáculo que se va articulando en diferentes planos, ahora a través de tres personajes: El padre, el hijo y cómico que cuenta chistes de judíos.
Este último me permitía jugar con esa cuestión tan humana de los dobles discursos, de las falsas morales, de lo políticamente correcto y de lo ¿inconciente? del humor.
Luego se irían sumando otros. Un conductor de un programa de televisión, será decisivo en la estructura general de la obra. Desde el presente tiende un puente hacia lo vivido. Lo que fue en otro tiempo.
La imagen y la voz de Bereck desde un televisor lo vuelven a contar.
Tres actores. Tres hombres en la escena. Una historia que se arma y se desarma según quien esté interpretándola, relatándola desde la memoria de cada uno.
Sucede lo mismo con el espacio. La acción determina lugar. Lo que sucede pone nombre y sitúa geográficamente. Lodz, Mauthausen, Auschwitz, un departamento porteño, o el bar “San Bernardo” de Villa Crespo.
“unJUDÍOpolaco” intenta escuchar todas esas voces, sumando otra, la mía.
Un monólogo coral (si es posible esta definición) desde donde hablan: un hombre mayor que revive lo sucedido, un actor que hace de Bereck, un hombre joven que intenta capturar el relato de su padre planteando una hipótesis y otro asumiendo diferentes roles.
Personajes de un entramado. Piezas de una partida de ajedrez en constante movimiento.
Luego el texto siguió su camino de reescritura en el montaje. Suele o debería siempre suceder eso en este proceso. Un texto teatral se instala, encuentra casa finalmente cuando se interpreta, cuando se actúa, se hace acción, se juega.
Poner el cuerpo, otra vez.
El actor y el director son los encargados de resolver ese tránsito.
“Leyendo” nuevamente en los ensayos y en las voces de los actores, descubrimos con el equipo de trabajo que si había alguien que contaba la historia, era la del personaje del hijo: Claudio.
Él la traía, la ponía en escena y me disponía a hacer algo con la historia de su padre.
De algún modo sucedía lo mismo que aquella vez en la que me entregó el video.
Viendo hoy el trabajo puesto en pie, siento que Berek, ese judío polaco (que falleció en Buenos Aires en el año 1997 de un tumor cerebral), está nuevamente presente. Sobreviviendo. Otra vez.
Aquí, concreto, lejos de la muerte. Transfigurado. Y yo también.
“habrá un año en que habrá un mes en que habrá una semana en que habrá un día en que habrá una hora en que habrá un minuto en que habrá un segundo y, dentro del segundo, habrá el no tiempo sagrado de la muerte transfigurada” (3)
“unJUDÍOpolaco” intenta eso, capturar un segundo en el no tiempo sagrado de una representación. Teatro. Una construcción fugaz. Efímero e imprescindible. Una instancia posible.
(1) “Conciencia y estructura” – Oscar Masotta
Ed. Corregidor.
(2) “Escribir” Marguerite Duras.
Tusquets editores.
(3) Clarice Lispector
* Las fotos que ilustran la nota son de Paloma Aballone
* “UnJUDIOpolaco” con las actuaciones de Nicolás Mateo, Walter Rosenzwit y Héctor Segura y la dirección de Alejandro Mateo estará en cartel desde el 12 de abril, todos los sábados a las 21:00 hs. En el Espacio TBK. Trelles 2033 – 1ro. – Paternal – Buenos Aires.
Reservas al 4586.2971 o a espaciotbk@gmail.com