Conocimos a Jorge Herrendorf en una de las funciones de la obra. El nos acercó estas palabras sensibles, cercanas, propias; motivado por lo que vió, por lo que la escena contaba y que lo llevo a evocar sus propias escenas.
La historia de Bereck se vuelve presente otra vez en esta evocación.
Jorge Herrendorf nos dice y queremos compartir su palabra.
Gracias Jorge.
"Un judío polaco". Un judío polaco de Lodz. La misma ciudad en que nació mi abuelo Moretz Herrendorf aproximadamente en 1880. El llegó a la Argentina en 1905, y usando sus palabras puedo decir que vino huyendo del Zar de Rusia que lo quería hacer soldado y de su propia familia que lo quería ver rabino.
Cuando se establece el Ghetto en 1940, cuando se cierra el círculo que deja prisioneros a los judíos incluidos en su propio barrio, dentro de sus miserables casas comienza el drama de Berek, el Judío Polaco que recrea Alejandro Mateo, un goy, un gentil, un no-judío a quien la historia del padre de su amigo Claudio lo enerva, lo fascina pese al terror y las desgracias que vivió desde aquellas noches de 1940, cuando a los 14 años de edad quedó encerrado en el ghetto.
Berek habla y nos dice: Soy Berek Frydman o Beniek o Berl, nací en Pabianice el primero de julio del año 1925. Yo, Jorge Herrendorf, nací en Tandil, 8 años después. Cuando Berek está en el gheto yo cursaba mi primer grado en una escuela de La Rioja, donde mis padres se sentían muy mal por el abierto antisemitismo de la sociedad provinciana. En esa época yo no tenía muy claro eso de ser judío, o no serlo. Ahora lo entiendo un poco mejor, pero nunca del todo. A Berek se lo hicieron entender a viva fuerza, con tormento y martirio, con pérdidas tremendas, incluso perdió su apego a la vida.
La obra me sedujo, mi propia judeidad afloró en cada tramo del relato, Berek fue por dos horas mi hermano mayor, el que quedó en Europa y que luego pudo salir del infierno, cuando yo ya terminaba mis estudios en Buenos Aires. Sin saberlo, un buen día me mudé al barrio de Berek, comí las pizzas del Imperio en Corrientes y Canning, y me paraba a esperar el 27 en la frente a la puerta del Café San Bernardo.
El cura párroco de la Iglesia de San Bernardo - me lo contó un amigo del cura y mío- decía que en esa iglesia se sentía como embajador del Vaticano en el barrio de Villa Crespo, ya que su templo estaba rodeado por más de una docena de sinagogas. Ironías de la historia hacen que Villa Crespo parezca el ghetto de los católicos encerrados entre templos judíos que deben protegerse con pilotes clavados en sus veredas.
Cuando Berek soportaba la guerra y sus miserias, las mujeres de mi casa tejían tricotas abrigadas para mandar al frente ruso, gordas tricotas con capucha para paliar el frío brutal. Mi abuelo llegaba puntualmente al medio día para escuchar las noticias de la guerra en la radio. Con Papá y Mamá íbamos al cine Novedades, en la calle Corrientes, a ver los noticiosos de la guerra. Me estremece sentir qué guerras diferentes tuvimos Berek y yo.
Ese fué el efecto que me causó un judío polaco. Me hizo sentir más judío, (¿lo suficiente?), y me recordó mis raíces de Lodz, que arrastró mi abuelo, y de cuyo suelo no querría llevar el polvo en mis zapatos.
Sentí también que Moretz, y sus hermanos y primos que vinieron a la Argentina en los primeros años del siglo XX fueron iluminados por su elección de salir de Europa cuando ya les había hecho mucho daño, pero ellos no sabían ni sospechaban, que si se quedaban no habrían podido esperar otro futuro que la muerte provocada, ejecutada, a toda edad, y con infinito dolor y miserias.
Y ahí estuvo Berek, Un Judío Polaco que dio su vida para poder llegar a contarlo en su impactante grabación en video que Mateo incluye en su acción y su palabra."--