domingo, 22 de junio de 2008
foto: Clara Muschietti.
No quiero escucharte más
no puedo ahora
que voy a hablar de vos
quedate callado
o no
o no lo sé
quiero verte muerto
bien muerto
quiero matarte
definitivamente
y no tanto
para que me duela demasiado
como te dolio
apagar el ruido de tu silencio
presente de palabras que oí
una y otra vez
cuando las dijiste
o cuando nunca
apagar el no recuerdo
de tanto dolor vivido
y por tantos más
quiero traerme mas allá
del espanto
traerte y despedirte
y volver a hacer una ceremonia
donde no sientas tanto frío
quiero poder abrigarte
con un mantel blanco
donde la mesa vuelva a servirse
u otra cosa
o no lo sé
con las manos que puedo
con este tiempo
donde todo
donde ya nada
volvera a recordarte
una y otra vez
foto de Clara Muschietti.
www.alternativa teatral.com
Nada puede sacarle de este espanto (Theodor Adorno)21/06/2008 | Por Mónica Berman | Espectáculo Un judío polaco
Los cruces, en ocasiones, son extraños. Un seminario en el que el profesor Alberto Pérez refería la "posición" de Adorno sobre los campos de concentración nazis es el origen de algunas de estas reflexiones.
Judío polaco nos presenta una construcción atípica. En el centro está el relato biográfico de Bereck, un sobreviviente de los campos de concentración que llegó a Buenos Aires luego de la guerra. Sin embargo el nombre "relato" probablemente no sea el que mejor le cuadre. Sobre todo si un relato implica un cierto orden y algún énfasis en la instancia de los acontecimientos.
Lo que se va a contar aparece sistemáticamente atravesado por mediaciones.
El hombre real que ya no existe, aparece en un televisor recordando su propia historia. Allí esta él, en primer plano. No es del orden de la ficción, pero está entretejido con la construcción ficcional más evidente. Salvo esta inscripción de lo real, el resto mostrará de manera constante el artificio. Pero el artificio del modo de contar. Lo que se cuenta, lamentablemente, ha tenido lugar.
Habrá un actor que hará de Bereck (repetirá textos que escuchamos decir a través del televisor) y los personajes del Padre y del Hijo que, a su vez, también asumirán otros papeles. En este mismo marco, interrumpido de manera constante, se representa un set de televisión de un programa denominado "Horrores de la historia", en el que es entrevistado por un conductor entre insensible e idiota, el hijo de Bereck.
Esto es del orden del armado. Es inevitable mencionar la crítica a la televisión que, en su carrera por obtener audiencia, se lleva por delante el último vestigio de compasión o de dignidad. Pero no es lo central. Lo que está presente de manera constante es la historia del sobreviviente. ¿Cómo contar lo que no se puede contar? El planteo de la puesta pone en primer plano esta cuestión. La experiencia de vida se constituye en narración oral, en escritura, en representación. No se articula de manera directa, ordenada, cronológica. Aparecen los retazos del recuerdo, las reconstrucciones de la memoria.
Y acá es donde se puede pensar el planteo del profesor Alberto Pérez, en su reconstrucción adorniana.
Bereck nos cuenta el pasado anterior a su pasaje por los diferentes campos de concentración, un pasado de fábrica textil, de piezas en el orden de una máquina a la que se suele llamar capitalismo.
En los ghettos la historia se repite: el hombre fabrica en serie, no es más que una pieza de un mecanismo bajo perfecto control. Y las piezas, cuando se tornan inútiles, pueden ser fácilmente reemplazadas por otras.
Cuando Bereck confecciona abrigos para los soldados alemanes, se pone de manifiesto este proceso. Serán piezas de una máquina, pero su producción es útil. Es necesario, descender más escalones. A medida que avanza su historia en el marco de la Historia, se repetirá la situación: en una cantera hay 187 escalones por los que se suben y se bajan piedras de 50 kilos ¿Con qué objeto? Ninguno. Se ha llegado al puro mecanismo, la mostración de la máquina, pero exacerbada en su cruel inutilidad.
Adorno sostiene que la muerte colectiva que implicó aquel genocidio (en ese momento, afirma Alberto Pérez, los nombres no estaban en disputa) la muerte burocráticamente administrada, es imposible de teorizar. Si aparece la posibilidad de argumentar, entra en juego el estar "a favor o en contra", existe la posibilidad de minimizar, de reducir, de justificar. Por lo tanto este genocidio no se puede decir, ni siquiera se lo puede pensar.
En alguna medida podría sostenerse que la puesta manifiesta la dificultad de nombrar, de articular la historia.
El espacio construido es un espacio cambiante, en algún momento (el del presente del relato) indefinible. Se acumulan objetos de diverso orden, se coleccionan, compiten por el reducido espacio. Cuando se recuerda la infancia feliz (porque la hubo, porque hubo un tiempo feliz antes de los diferentes nombres del horror) el espacio es armónico, incluso (brevemente) realista, claro, luminoso, una cocina en la que puede habitar una familia.
Nadie es quien sostiene ser, no hay identidad en el marco de la ficción. Los roles cambian, las voces y los papeles se reparten, no hay un orden ni de los acontecimientos, ni de las instancias que diferencian lo real del teatro en el teatro.
Como se decía en el inicio, en primer plano está la mediación, porque no existe manera de contar directamente una experiencia que no hace otra cosa que mostrar la incapacidad de ser comunicable.