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| Son muchas, en realidad son muchas, las sensaciones que se experimentan al finalizar la obra un JUDIO polaco dirigida por Alejandro Mateo. Lo admirable de esta pieza -que apela a la sencillez para lograr una profunda conmoción- es que a partir de una historia de vida, instala una infinita variedad de posturas del hombre frente al horror del sinsentido de la raza humana. La obra sacude, y es por que esta hablando de nosotros: que reímos de “chistes” que llega a más allá de la discriminación, que nos instalamos a ver a los que lucran con el morbo, y que hacemos poco ejercicio de la memoria. La pieza desafía al espectador, ya que se le hace recordar a menudo que lo que están viendo es ficción, y como todo acto magistral el espectador se sustrae de esa advertencia y se deja llevar por la fascinación y la emoción. Es de notar que estas sensaciones el director Mateo las logra con tres actores, una aparato de televisión, y un uso del espacio estupendamente formulado (la tragedia se profundiza cuando mas se devela por donde transitan los actores) Las actuaciones conmueven: Nicolás Mateo transmite la complejidad de transmitir todo su amor; el comprender el pasado para comprenderse en el presente; y la rebeldía frente a lo vacuo. La excelente labor de Héctor Segura demuestra que no hacen falta trajes y maquillajes para realizar varios personajes tan disímiles , un gesto, un cambio de tono le bastan para pasar, entre muchas sensaciones, desde la frivolidad hasta lo abyecto. Walter Rosenzwit construye con delicadeza, desde los pequeños detalles de la cotidianeidad, a un ser profundamente tierno y conmovedor. El diseño de luces de Cristina Lahet pasa de climas intimistas a expositivos. Amigo lector, debo aclarar que lo escrito más arriba fue un precario intento de traspasar en palabras lo que brinda esta sencilla, lúcida, dolorosa y exquisita obra. Gabriel Peralta |
jueves, 1 de mayo de 2008
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